sábado, 18 de febrero de 2012

LEER BIEN MISA


Pistas para leer dignamente las
lecturas de la misa
(Tomado de la página  www.juanjauregui.es 

Presentación
Quienes asistimos a misa en templos diversos nos
damos cuenta de la falta de preparación de los
lectores para ese sagrado ministerio que, para
muchos, según se ve, no tiene nada de sagrado.
Aquí les ofrecemos algunas pistas con el deseo de
que el encargado de la liturgia las fotocopie y se las
entregue a dichos lectores para que las pongan en práctica.

Pista 1 (y fundamental):
Un lector que respete la Palabra de Dios, antes de leerla en público, la debe leer atentamente, y no solamente una vez sino ¡varias veces!, de modo que entienda y pronuncie bien todas las palabras y frases del texto (y si algo no entiende, que pregunte. ¿Cómo se puede leer en voz alta algo que no se ha entendido ni en voz baja?).

Pista 2:
El lector debe darse cuenta de que no lee para ese feligrés que se sienta en primera fila, sino también para el abuelo con oído duro que se quedó junto a la puerta. Cuando lea, el lector debe conseguir que su voz llegue hasta el fondo del templo. Y eso no es solo cuestión de micrófono (luego hablaremos del micrófono).

Pista 3:
Para que se le entienda claramente al lector, es necesario pronunciar claramente todas las letras, las vocales y las consonantes. (Unos se comen las consonantes; se les oye, por ejemplo, decir, en vez de evangelio, "eaeio". Otros casi no pronuncian las vocales y en vez de evangelio dicen "evegele" o algo así.)
Le recomendamos que cuide especialmente de pronunciar la últiMA sílaBA de caDA palaBRA, porque es la que tenemos más peligro de comernos y la gente no entiende entonces qué estamos diciendo.

Pista 4:
Esto pide leer despacio (más despacio de lo que uno se supone que es ir despacio). ¿Cuándo hacer pausas?

a) Naturalmente, cuando hay un punto o una coma. Para el punto los principiantes pueden contar mentalmente, antes de seguir, hasta tres. Para la coma, contar solo uno...
No se rían. Tómenselo en serio, ¡que leen ustedes muy deprisa y se equivocan!

b) También hay que hacer pausas cuando alguna palabra es un poco difícil para poder pronunciarla bien. Si no hacen pausa, se equivocan y es peor.

c) Conviene hacer pausa antes o después de una palabra importante. Eso ayuda a que se atraiga la atención de los oyentes. Me preguntarán que cuándo una palabra es importante... Pues lo que les decía al principio. Si leen y meditan varias veces el texto, sentirán ustedes mismos qué es lo más importante de lo que van a leer.

d) Y, sobre todo, ¡hay que hacer pausa para respirar! Conviene hacer la respiración que se llama "diafragmática", es decir, con la parte baja de los pulmones, casi con el estómago. Cuando nos ponemos nerviosos queremos respirar con la parte alta del pecho y nos asfixiamos. ¡Tranquilo, tranquilo! Respire hondo, y mientras respira tiene tiempo de echar la mirada al texto que viene a continuación. Así no se equivoca.

Pista 5:
No es lo mismo deletrear, juntar palabras, que leer. Déjeme que le haga una pregunta:
Cuando usted lee el texto que está escrito en el papel, las palabras van del papel a...

-… la vista.
- Muy bien, y de la vista a...
- … al cerebro.
- Eso es. Y del pensamiento, del cerebro, a...
- … los labios y la lengua...
-¡Ahí está lo malo! Del cerebro a los labios sin pasar por el corazón. Usted pasa de comprenderlo a decirlo sin ningún sentimiento. Y por eso leemos como máquinas, como los robots de las películas: sin entonación, sin emoción, sin matizar lo que decimos. Y así, a la gente que nos escucha le entra por un oído y le sale por el otro.

La palabra tiene que ir del pensamiento al sentimiento, de manera que nos emocione, que "sintamos" lo que decimos. Entonces no diremos del mismo modo frases como la que dijo el ángel: «Alégrate, María, llena de gracia» o como la que Jesús dijo a los apóstoles: «Uno de vosotros me va a entregar». En la primera habrá que poner un tono de alegría, de saludo afectuoso, y en la otra, de tristeza y desilusión.
No es que debamos hacer teatro, pero sí leer con el corazón, con espíritu sincero. Cuando leemos mecánicamente no llega nuestro mensaje. Si leemos como máquinas, aunque juntemos bien las letras, no comunicamos la palabra de la Escritura.
Pero para esto, que es muy importante, tenemos que volver al primer consejo, que es el principal. Recuerden: lo primero para leer bien en público es
HABER LEÍDO ANTES, VARIAS VECES Y MEDITÁNDOLO, EL TEXTO QUE SE VA A LEER DESPUÉS PÚBLICAMENTE.

Algo sobre el uso del micrófono

1. El micrófono ayuda a que se entienda mejor cuando se usa bien. Pero si se usa mal, es mejor no usarlo.

2. Unos hablan tan flojito que, aunque usen el micro, las palabras se les caen de la boca y no llegan al micrófono.

3. Otros gritan tanto que su voz retumba en el templo pero... i no se entiende nada! No se trata de gritar, sino de hablar con voz normal y pronunciando bien.

4. Según el tipo de micrófono y el volumen que le hayan puesto al amplificador, conviene marcar la distancia correcta. A veces a cinco centímetros de los labios. Otras, cuando se trata de un micrófono cardioide o ambiental, poniéndolo como a medio metro se entiende mejor que si se acerca demasiado.

5.- Y si de pronto se va la corriente eléctrica, lo que en algunos lugares es frecuente, no asustarse. Levantar la voz, pero sobre todo pronunciar muy claro y despacio. Eso es lo más importante (con micrófono y sin él).


Leer bien

* El lector/lectora no es dueño de la Palabra: transmite a la comunidad la Palabra que Dios le quiere dirigir hoy y aquí;
* por tanto debe proclamarla con expresividad comunicativa, con sentido, con buen fraseo;
* con una voz suficiente y amable, con un ritmo sereno, pausado, que permita seguir sin gran esfuerzo la línea del pensamiento que se transmite;
* el lector se debe "creer" lo que está diciendo;
* es verdad que el Espíritu actúa en cada celebración:
- el mismo que inspiró a los autores sagrados de la Biblia hace que hoy esa Palabra llegue viva y salvadora a cada comunidad;
- y el mismo que inspiró la oración poética de los primeros salmistas quiere hacer brotar desde dentro de los que rezamos o cantamos los salmos hoy;
- y hace que la Palabra escrita se convierta en Palabra viva en medio de la celebración;
* pero esto, normalmente, no sucede por milagros y carismas, sino a través del ministerio del lector:
- si el lector "funciona", entonces la Palabra "funciona", o sea, llega en buenas condiciones a los presentes, y puede producir el 60% o 100% de fruto;
- si el que proclama un salmo delante de la comunidad lo siente como propio y lo proclama poética y expresivamente, despacio, la comunidad podrá hacérselo suyo mientras lo va escuchando, sintonizado con sus sentimientos;
- si el lector lo hace mal, o no se le oye bien, todos tendrán mucho mérito de estar allí, pero no hay la comunicación debida y la Palabra produce mucho menos efecto;
* por tanto, hay que prepararse bien la proclamación de la Palabra de Dios en la celebración y revisar de cuando en cuando cómo se realiza este ministerio en nuestras comunidades.


La actitud espiritual de los lectores

Además de la preparación técnica, es importante para la persona que proclama una lectura bíblica su actitud interna.
Lo más importante de la celebración no es lo que hacemos nosotros, sino lo que hace Cristo. Aquí, él se quiere dar como la Palabra salvadora de Dios; quiere ser, para estos cristianos que hoy y aquí se han congregado, su verdadero Maestro. Y para ello se sirve, entre otras personas (el comentarista, el predicador), de un lector o lectora, que será por tanto como su portavoz para la comunidad reunida.
El motivo principal de por qué un lector debe realizar bien su ministerio es que la tarea que se le ha encomendado es nada menos que ayudar a los demás a enterarse bien de lo que Dios les está queriendo decir. El lector está en terreno sagrado: no es dueño de la palabra, no se le ha ocurrido a él, sino que debe ser un "buen conductor" de la palabra de Otro.
Si el lector lo hace expresivamente y los presentes, gracias a él, se sienten interpelados por esta Palabra, ha cumplido bien su ministerio. Durante unos minutos ha sido "la voz de Dios", identificado en cierto modo con el profeta Isaías o el apóstol Pablo o el mismo Cristo. El lector deja que suceda un misterio: el encuentro de un Dios que habla y de una comunidad que escucha. Él, está a un lado, no es protagonista. Y actúa con respeto y hasta con cierto temor.
El verdadero talante espiritual le vendrá a la persona que proclama la lectura si se deja imbuir ella misma por la Palabra que proclama. Por eso la ha leído y preparado antes: para dejarse llenar de su intención y poderla transmitir con sentido expresivo a los demás.
No estaría mal que el lector, como preparación próxima a su ministerio, dijera, a modo de un particular "acto penitencial", una oración parecida a la que el Misal encomienda al sacerdote para que la diga antes del evangelio:
"Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que anuncie dignamente tu Evangelio".


Leer y proclamar expresivamente

La comunidad que participa en la celebración litúrgica tiene derecho a que tanto las lecturas como los solos de los cantos como las oraciones, sobre todo las presidenciales, les sean proclamadas en buenas condiciones de comunicación y expresividad.
Un lector debe prepararse la lectura, conocerla bien, para poder darle la expresión adecuada.
No sólo la pronunciación debe ser clara. Además un lector debe "puntuar" bien los textos: el diálogo no es lo mismo que un relato. Lo que en el texto está diferenciado con interrogante, o con admiración, o con cursiva: todo debe tener una expresión distinta en la proclamación delante de la comunidad.
Las palabras no se agrupan indistintamente. El fraseo debe cuidarse, no haciendo pausas donde se corte el sentido. La pronunciación debe ser clara. Las pausas deben ayudar a entender la marcha del pensamiento (es distinta la pausa de una coma, de un punto seguido, de un punto aparte). El "sonido" llega rápido a los oídos de los que escuchan. Pero el "sentido" de las frases tarda un poco más, y hay que darle "tiempo" para que cale.
Hay "palabras de valor", o sea, ideas que se quieren subrayar en un párrafo. Si leo que "Dios no sólo salvó a UN pueblo, sino a TODOS los pueblos de la tierra", mi voz debe subrayar oportunamente esa diferencia. Un ejemplo de una puntuación diferente: no es lo mismo decir "si hubiera existido, don Bosco hubiera jugado al fútbol" que decir "si hubiera existido don Bosco, hubiera jugado al fútbol". En el primer caso se duda de si en tiempos de Don Bosco existía el fútbol. En el segundo, de si existió Don Bosco.
También es importante el tono de voz: clara, con buen uso del micrófono, con inflexiones que ayuden a entender, con variaciones de modulación, y sobre todo con tonalidad amable, no agresiva ni hiriente.
Un sacerdote que proclama la Plegaria, o un lector que transmite a todos lo que Dios hoy les quiere decir, deben ejercitar su ministerio con seriedad, preparándose, poniendo todo el empeño para que su descuido no empobrezca a todos. De ellos depende en gran medida la participación profunda y fructuosa de la comunidad en lo que se está celebrando.


Cómo debemos leer la Palabra de Dios

Con alegría, porque la Palabra de Dios es una "buena noticia" que nosotros proclamamos.
Con fe, porque sabemos que el mensaje es de Dios y va dirigido a cada uno de nosotros.
Con espíritu de servicio, porque somos servidores de Dios y de la comunidad reunida en su nombre.
Con ilusión, poniendo todo nuestro empeño en que la palabra penetre en el corazón de los que la escuchan. Como si todo dependiera de nosotros, pero...
Con humildad, sabiendo que sólo prestamos nuestra voz. Es el Espíritu quien de verdad actúa en los corazones de los que se abren a él.
Con técnica, porque tiene que llegar a la asamblea sin que se pierda una sílaba. Hay que darle vida y huir de la voz monocorde. Leyendo más lentamente las frases que queramos resaltar. Debemos recordar que los espacios de silencio ayudan a interiorizar mucho mejor el mensaje.
Con profundo respeto, nuestro cuerpo, nuestro vestido, nuestros movimientos, el manejo del leccionario... nuestro sencillo recogimiento corresponde a una acción sagrada.
Con sentimiento, esto no lo da la técnica, ni los años de experiencia. Sólo lo da la meditación previa de esa palabra que proclamamos.
Nuestra labor de lectores será tanto más fecunda cuanto más la interioricemos y cuanta más convicción pongamos. Cuanto más sinceros y naturales seamos.

Dios nos dirige la palabra a través de los lectores

Leer bien es re-crear, dar vida a un texto, dar voz a un autor. Es transmitir a la comunidad lo que Dios le quiere decir hoy, aunque el texto pertenezca a libros antiguos.
Se trata, no sólo de que se escuche bien el sonido, sino de que se facilite el que todos vayan captando el sentido y el mensaje que nos viene de Dios, y se sientan movidos a responderle. El texto a veces es difícil. Las motivaciones y la preparación de los presentes no siempre están muy despiertas. Si, además, el lector cae en los conocidos defectos -precipitación, mala pronunciación, fraseo inexacto, tono desmayado, mal uso de los micrófonos- se corre el peligro de que la llamada "celebración de la Palabra" sea un momento poco menos que rutinario e inútil dentro de la misa.
Un lector tiene que ser buen "conductor" de la Palabra. Para que llegue a todos en las mejores condiciones posibles y todos puedan decir su "sí' a Dios. Por esta persona la Palabra de Dios se "encarna" y se hace vida. De la "escritura" pasa a ser palabra viva dicha hoy y aquí para esta comunidad. El lector o lectora, por tanto, deberá hacer todo lo que esté en su mano para ser buen mediador del mensaje de Dios.
El lector es el primer oyente de la Palabra, el primero que ha de "escuchar" en su interior lo que Dios dirá -por su boca- a la asamblea.
La preparación de una lectura, por tanto, tendría que comenzar siempre con actitud de oración: esto que ahora leeré ¿qué me quiere decir? ¿qué mensaje me dirige Dios a través de su Palabra?
Para tener esta actitud de oración ante la Palabra de Dios, sin duda, será una ayuda que el lector "ame" la Biblia, la lea a menudo, la conozca...


¿Mirar al leer?

Bastantes lectores, con la idea de crear una mayor comunicación con la asamblea, creen conveniente elevar los ojos de cuando en cuando, en las pausas, y mirar a la gente.
Siempre he tenido dudas sobre esta costumbre. Y no porque tenga miedo de que alguna vez el lector vaya a mirar en mi dirección cuando dice lo de «ay de vosotros, fariseos hipócritas», o lo de «y tú, pecador que me escuchas».
Sino porque dudo de que sea oportuno este momento de la lectura para el contacto visual con la gente.
Hay momentos en que sí es lógico que uno mire a los oyentes: cuando les está comunicando palabras propias, como en las moniciones, en los saludos, en los avisos, en la predicación. Cuando uno saluda, es evidente que no tiene que bajar la vista, como nos enseñaban antes, por ejemplo en el «Orate, fratres».
Pero hay otros momentos en que mirar a la gente no tiene tanto sentido. Cuando uno está proclamando la Plegaria Eucarística en nombre de toda la comunidad, normalmente tenemos la vista en el libro, pero si la tuviéramos libre porque nos sabemos el prefacio de memoria, tal vez no sería lo más coherente mirar a la gente mientras dirigimos a Dios la oración. Sería útil reflexionar sobre si es bueno que haya contacto visual al repartir la comunión.
Algo parecido pasa, a mi entender, con la lectura. Sí, transmitimos la Palabra a la comunidad, pero no es nuestra, sino de Dios. La actitud que parece más conveniente es que el lector se concentre en el libro, poniendo todo el cuidado en el fraseo, en la pronunciación. Eso sí, al principio mira a todos, al saludar y al decir el título de la lectura, así como al final, al provocar la aclamación de todos. Pero durante la lectura no tiene que dar la impresión de que está transmitiendo palabras suyas. Claro que en todo momento también abarca con su vista a todos, porque los tiene delante, y no está con la cabeza baja sepultada en el libro. Pero la comunicación se produce con la voz y el tono, sin necesidad de levantar de cuando en cuando la vista, como para ver si están atentos. En la lectura, lo importante no es el lector, sino la Palabra misma. De alguna manera el lector debería «esconderse» tras la Palabra.


Para ser un buen lector

1. Para ser un buen lector:
prepara bien la lectura
y sube con compostura
desde tu asiento al ambón.

2. La Palabra que proclamas
-mensaje de salvación-
no es una palabra humana,
¡es palabra del Señor!

3. Proclama con alegría,
proclama con buena voz;
dale sentido, pon vida,
no defraudes al autor.

4. Mira al Libro y al oyente,
pronuncia con claridad.
No corras, que hay mucha gente,
hay mayores y hay "tenientes"
que oyen con dificultad.

5. Proclama con emoción;
fíjate bien lo que lees,
que se note que tú crees
ese mensaje de amor.

Nota:

6. Y donde dice lector
léase también lectora,
que no hay distinción ahora
en la Iglesia del Señor.

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