martes, 4 de octubre de 2011

ENSEÑAR CON LA VIDA. Dedicado con afecto a profesores y catequistas

ENSEÑAR CON LA VIDA. Dedicado con afecto a profesores y catequistas


            Cuentan que, en cierta ocasión, San Francisco de Asís invitó a un fraile joven a que le acompañara a la ciudad, para predicar. Se pusieron en camino y estuvieron por un buen rato recorriendo  las calles de la ciudad, saludando con cariño a las personas que encontraban. De vez en cuando, se detenían para acariciar a un niño, consolar un anciano, ayudar a una señora que volvía del mercado cargada de bolsas.
            Al cabo de un par de horas, Francisco le dijo al compañero que ya era hora de regresar al convento.
            -¿Pero no vinimos a predicar? –preguntó el fraile con extrañeza.
            Francisco le respondió con una sonrisa muy dulce:
            -Lo hemos estado haciendo desde que salimos. ¿Acaso no viste cómo la gente observaba nuestra alegría y se sentía consolada con nuestros saludos y sonrisas?


   No te preocupes tanto de "dar toda la materia", acabar el libro, llenar de papeles y teorías las aulas y las cabezas de los niños. Lo importante es transmitir los valores en los que crees, transmite vida, no sólo conocimientos. 

            Sólo es posible educar valores si uno lucha y se esfuerza por construirlos en su propia vida. Con frecuencia, hablamos de valores, proponemos valores, mostramos valores, reflexionamos valores pero no los enseñamos porque no los vivimos, porque no nos comprometemos  a encarnarlos  en nuestro actuar cotidiano.
            Padres y maestros deben plantearse, con humildad y con responsabilidad, ir siendo modelos de vida para sus hijos y alumnos, de modo que estos los perciban como personas comprometidas en su continua superación. Sólo podrá enseñar valores el que se esfuerza por enseñárselos a sí mismo, el que lucha por levantarse de sus debilidades y se compromete  día a día a ser mejor.
            En una cultura y un mundo donde niños y jóvenes son bombardeados con  propuestas de modelos huecos, narcisistas y vanos, donde la plenitud se degrada a mero consumir y aparentar, necesitamos transformar profundamente los actuales centros educativos, si queremos realmente incidir en la formación de los alumnos. De meros lugares de enseñanza e instrucción o depósitos de niños y de jóvenes mientras sus padres trabajan, los centros educativos deben concebirse como espacios para practicar, vivir y desarrollar los valores que se consideran esenciales para el individuo y la colectividad. Por ello, deben entenderse y asumirse como comunidades de vida, de participación democrática, de diálogo, trabajo y aprendizaje compartido. Comunidades educativas que rompen las absurdas barreras artificiales entre escuela, familia y sociedad, en las que se aprende porque se vive, porque se participa, se construyen cooperativamente alternativas a los problemas individuales y sociales, se fomenta la iniciativa, se toleran las discrepancias, se promueve y se practica día a día y en todas las instancias y momentos la solidaridad y el servicio.
            Educar valores implica que cada maestro y profesor entiende y asume que no es sólo docente de una determinada área o materia, sino que fundamentalmente es maestro de humanismo, que su función va mucho más allá de transmitir conocimientos o preparar a los alumnos para que pasen con éxito una serie de pruebas y de exámenes. Educar, una vez más, es  formar personas, cincelar corazones, abrir horizontes y caminos  de vida plena y estimular con el ejemplo y la palabra  a caminarlos.

            No olvidemos nunca que si bien uno explica lo que sabe o cree saber,  UNO ENSEÑA LO QUE ES.

 

2. EL CUENTO DE LA SOLIDARIDAD

            -¿Puedes decirme cuánto pesa un copo de nieve? –le preguntó un colibrí a una paloma.
            -Nada –fue la respuesta.
            -Si eso es lo que piensas, que no pesa nada, te voy a contar una historia:  El otro día me posé en la rama de un pino, cerca de su tronco. Hacía frío y comenzó a nevar mansamente.  No era una de esas ventiscas terribles que azotan los árboles y los retuercen dolorosamente. Nevaba como un sueño, sin violencia, sin heridas.  Como no tenía nada que hacer, empecé a contar los copos que caían sobre la rama. Había contado exactamente 3.741.902 copos, cuando cayó el siguiente  -sin peso alguno, como tú dices- y quebró la rama.
            Dicho esto, el colibrí levantó el vuelo.
No esperes a que los demás empiecen a mejorar. Empieza tú...

La paloma, una autoridad en la materia desde tiempos de Noé, se puso a reflexionar y, pasados unos minutos, se dijo: “Quizás tan sólo sea necesaria la colaboración de una persona más para que la solidaridad se abra camino en el mundo”  


3. EL PESO DE UN SÍ¡

Si la nota dijese:
una nota no hace melodía...
no habría sinfonía.

Si la palabra dijese:
una palabra no puede hacer una página...
no habría libro.

Si la piedra dijese:
una piedra no puede levantar una pared...
no habría casa.

Si la gota de agua dijese:
una gota de agua no puede formar un río...
no habría Océano.

Si el grano de trigo dijese:
un grano no puede sembrar un campo...
no habría cosecha.

Si la persona dijese:
un gesto de amor no puede salvar
a la humanidad...
nunca habría justicia, ni paz,
ni dignidad, ni felicidad
sobre la tierra de los hombres y mujeres.



Si el catequista dijera que no vale la pena dar catequesis porque los chicos desaparecen después de la primera comunión... la fe se acabaría. 





4. UN ABRAZO


Paseando por una calle de Rusia, durante la hambruna que acompañó a la guerra, el gran escritor Tolstoi se encontró con un mendigo. Tolstoi revisó sus bolsillos para ver qué encontraba para darle a ese pobre hombre. Pero no tenía nada: ya lo había dado todo antes. Movido a compasión, abrazó al mendigo, besó sus mejillas y le dijo:
            -No te enfades conmigo, hermano, no tengo nada que darte.
            El rostro macilento del mendigo se iluminó. Y brillaron las lágrimas en sus ojos, mientras le decía agradecido:
            -Pero tú me has abrazado y me has llamado hermano. ¡Eso es un gran regalo!



El verdadero heroísmo no consiste tanto en hacer algunas obras extraordinarias, sino en vivir intensamente cada obra del día, cada acción y cada momento como si fuera el último, como si de ellos dependiera el destino de la humanidad.

Cuando te levantas en la mañana, Dios ya ha colocado para ti un escenario maravilloso para que vivas un día de plenitud: ahí está el estallido de los colores en el amanecer, los cantos de los pájaros, la firmeza de los árboles, la sonrisa de las flores,  el olor del cafecito, el aire que ensancha tus pulmones, el don gratuito de la vida y de las personas que te rodean.... Todo te lo brinda generosamente. Todo lo pone a tu servicio para que tú también sirvas.

Proponte vivir el día a plenitud, en el servicio, en la ofrenda interminable de los pequeños detalles. Recuerda siempre las palabras que solía repetir la Hermana Teresa de Calcuta: “A los niños y a los pobres, a todos los que sufren y están  solos, bríndales siempre una sonrisa alegre. No les brindes sólo tus cuidados, bríndales también tu corazón”.

Tal vez no podamos dar mucho, pero siempre podemos brindar la alegría que brota de un corazón lleno de amor”. Un saludo cariñoso, una palabra de aliento, una sonrisa, un abrazo..., pueden  cambiar una vida:


5. UN ERROR AFORTUNADO


            En el salón de clase había dos alumnos que tenían el mismo apellido: Urdaneta. Uno de los Urdaneta, el más pequeño, era un verdadero dolor de cabeza para la maestra: indisciplinado, poco aplicado en sus estudios, buscador de pleitos. El otro Urdaneta, en cambio, era un alumno ejemplar.
           
            Tras la reunión de representantes, una señora de modales muy finos se presentó a la maestra como la mamá de Urdaneta. Creyendo que se trataba de la mamá del alumno aplicado, la maestra se deshizo en alabanzas y felicitaciones y repitió varias veces que era un verdadero placer tener a su hijo como alumno.
           
            A la mañana siguiente, el Urdaneta revoltoso llegó muy temprano al colegio y fue directo en busca de su maestra. Cuando la encontró, le dijo casi entre lágrimas: “Muchas gracias por haberle dicho a mi mamá que yo era uno de sus alumnos preferidos y que era un placer tenerme en su clase. ¡Con qué alegría me lo decía mamá! ¡Qué feliz estaba! Ya sé que hasta ahora no he sido bueno, pero desde ahora lo voy a ser”.
           
            La maestra cayó en la cuenta de su error pero no dijo nada. Sólo sonrió y acarició levemente la cabeza de Urdaneta en un gesto de profundo cariño. El pequeño Urdaneta cambió totalmente desde entonces y fue, realmente, un placer tenerlo en clase.


            Las expectativas que abrigamos hacia una persona se las comunicamos y es probable que se conviertan en realidad. Esto es lo que se conoce como Efecto Pigmalión. Según la mitología, Pigmalión, rey legendario de Chipre, esculpió en marfil una estatua de mujer tan hermosa que se enamoró perdidamente de ella. Invocó a la diosa Venus, quien atendió las súplicas del rey enamorado, y convirtió la estatua en una bellísima mujer de carne y hueso. Pigmalión la llamó Galatea, se casaron y fueron muy felices.

            El mito de Pigmalión viene a significar que las expectativas, positivas o negativas, influyen mucho en las personas con las que nos relacionamos. De ahí la importancia de tener expectativas positivas de nuestros alumnos. La capacidad de aceptar a los otros como son, y no como quisiéramos que fueran, y de comunicarles dicha aceptación mediante palabras o gestos, es tal vez la principal herramienta para producir cambios positivos en el crecimiento y desarrollo de la persona.


6. UNA MAESTRA, UNA CATEQUISTA

            Un profesor universitario envió a sus alumnos de sociología a las villas miseria de Baltimore para estudiar doscientos casos de varones adolescentes en situación de riesgo. Les pidió que escribieran una evaluación del futuro de cada muchacho. En todos los casos, los investigadores escribieron: “No tiene ninguna posibilidad de éxito”.

            Veinticinco años más tarde, otro profesor de sociología encontró el estudio anterior y decidió continuarlo. Para ello, envió a sus alumnos a que investigaran qué había sido de la vida de aquellos muchachos que, veinticinco años antes, parecían tener tan pocas posibilidades de éxito. Exceptuando a veinte de ellos, que se habían ido de allí o habían muerto, los estudiantes descubrieron que casi todos los restantes habían logrado un éxito más que mediano como abogados, médicos y hombres de negocios.

El profesor se quedó pasmado y decidió seguir adelante con la investigación. Afortunadamente, no le costó mucho localizar a  los investigados y pudo hablar con cada uno de ellos.

-¿Cómo explica usted su éxito? –les fue preguntando.
En todos los casos, la respuesta, cargada de sentimientos, fue:
-Hubo una maestra especial...
La maestra todavía vivía, de modo que la buscó y le preguntó a la anciana, aunque todavía lúcida mujer, qué fórmula mágica había usado para que esos muchachos hubieran superado la situación tan problemática en que vivían y triunfaran en la vida.
Los ojos de la maestra brillaron y sus labios esbozaron una grata sonrisa:
- En realidad, es muy simple – dijo-. Todos esos muchachos eran extraordinarios, Los quería mucho.


            Evita toda palabra, gesto u opinión ofensiva.(“Eres un inútil; no sabes nada; mal, como siempre...”) Subraya siempre lo positivo, y sobre todo, no dejes nunca de querer a tus alumnos. Querer a los alumnos no es cotillear con ellos ni abrumarlos con ilusorias expectativas que les lleven a imaginar que son el ombligo del mundo. Querer a los alumnos supone interesarse por ellos, por su crecimiento y su desarrollo integral, alegrarse de sus éxitos aunque sean pequeños y parciales y, sobre todo, nunca perder la fe ni la esperanza.

            El notable pedagogo ruso Makarenko, cuenta la historia de un “delincuente” que poco a poco se fue transformando, gracias al trabajo cooperativo y autoresponsable. Más tarde, sin embargo, reincide y huye con el dinero. Makarenko no lo denuncia a la policía, y varios meses después el ladrón regresa, sin que nadie le obligue a hacerlo. Makarenko actúa como si nada hubiera ocurrido, y le confía una gran cantidad de dinero para que vaya a hacer compras a la ciudad. El conflicto quedó resuelto automáticamente, sin necesidad de discursos moralizantes. La moral estaba precisamente en el regreso del “delincuente” y en el riesgo que Makarenko decidió correr.  No se trata de una “prueba”, sino que es la prueba de que el educador no percibió al ladrón como tal, sino como una persona  para quien cualquier milagro es posible por el hecho de serlo. 

            De ahí la necesidad de mirar a los alumnos, siempre, con los ojos del corazón.





DECÁLOGO DEL CATEQUISTA


1) Intentarás además de 'dar Catecismo', 'hacer catequesis'. Es decir, que los catequizandos se pongan en comunicación con Dios y descubran el sentido de la existencia humana a la luz de la Palabra de Dios.

2) No te conformes con 'enseñar', debes aspirar a ser 'TESTIGO" COMPROMETIDO. "Educador 'en la fe, por el origen etimológico de la palabra, es 'el que va adelante".

3) No te erijas en 'maestro', porque uno sólo es el Maestro. Tu doctrina no importa. Tenemos que ser apóstoles de la doctrina de Jesucristo y su Iglesia, siendo fieles a Dios y al hombre.

4) Procura 'madurar" tu vida -que no se consigue con sólo dejar pasar los años- formándote con interés en los distintos campos del saber.

5) Un catequista necesita 'experiencia de Dios" para contagiar a los demás. La fe no se puede ‘contar’ como si se tratase de una historieta. Se 'transmite' como la electricidad.

6) Tienes que estar muy convencido de que eres 'un enviado' de la Iglesia y que llevas entre manos 'una misión": ¡despertar y hacer crecer en la fe a la comunidad parroquia!

7) Eres altavoz de la Palabra de Dios, en medio del ruido y la palabrería de los hombres. Presenta la Catequesis como Buena Noticia y suprime esa imagen de fastidio que suponía aprender de memoria el 'catecismo".

8) En tus reuniones con los catequizandos procura no "hablar de Dios', sino más bien que "Dios hable" con su Palabra iluminadora.

9) Educa a los niños y jóvenes en el sentido comunitario de la fe. Para ello tienes tú antes que sentirte miembro de una comunidad real y parroquia. El grupo de catequistas debe trabajar en equipo viviendo la experiencia comunitaria.

10) Nunca olvidarás que tú eres el que plantas y riegas, pero es Dios quien da el fruto. El Espíritu Santo, a través de los catequistas, es quien catequiza y educa en la fe.
A ver que catequistas los siguen.


1. El catequista no “impone” ni “expone” sino que “propone” el mensaje, respetando la libertad de los demás.
2. El catequista habla como un testigo de la verdad.
3. El catequista habla más con su vida que con sus palabras.
4. El catequistas tiene presente en todo momento la situación y la experiencia de sus catequizandos.
5. El catequistas presenta la Biblia y la Tradición cristiana como experiencias “normativas” del compromiso de la fe.
6. El catequista favorece el encuentro personal con Dios.
7. El catequista se esfuerza no sólo por formar grupos integrados, sino comunidades cristianas.
8. El catequista habla no sólo a la inteligencia, sino también a la imaginación, al sentimiento, al cuerpo: al hombre total.
9. El catequista favorece el diálogo, la creatividad y criticidad.
10. El catequista promueve un proceso de auténtica liberación. 

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