miércoles, 22 de junio de 2011

CARTA AL VIENTO. LA PRIMERA COMUNIÓN

CARTA AL VIENTO.
LA PRIMERA COMUNIÓN

Marina  es una niña que hizo la primera comunión hace quince días. Hce unos días me enciontré con ella en el supermercado y vino corriendo a decirme:

-¡Estoy más contenta… quiero seguir yendo a la misa y recibir más veces a Jesús porque así soy más buena! 

No sabes, Marina, el enorme regalo que me hiciste al decirme eso. Me sentí feliz, alegre, me hiciste creer de nuevo que vale la pena dedicar tiempo y paciencia a los demás.

 Porque muchas veces  escucho comentarios que insisten en que la primera comunión no vale para nada. Que los niños lo que buscan son los regalos, que acabada la fecha de la primera comunión, los chiquillos desaparecen y ya no hay segunda ni tercera comunión, que esta celebración se ha convertido en una inútil parafernalia o un pase de modelos o un gasto insoportable para las familias. 

Y, sí, es cierto que hay mucho de todo eso. Pero hay excepciones. Pocas, pero tal vez suficientes. Gracias a la primera comunión, muchos padres vuelven a tener un contacto con la Iglesia, con el evangelio, con los sacramentos. Y algunos viven, aunque sólo sea durante un tiempo breve, un despertar de su fe, una cercanía espiritual hacia Jesús. Gracias a la primera comunión, con todas las limitaciones asociadas a ella, tenemos ocasión de sembrar valores espirituales en el corazón de los niños. Gracias a la primera comunión, nuestras parroquias reciben un caudal de risas, de entusiasmo y de  sencillez que a lo mejor desaparece con la solemne eucaristía. Pero la semilla se ha sembrado. Gracias a la primera comunión surgen vocaciones de catequistas y  de animadores  que dedican desinteresadamente su  tiempo a los demás y que consideran suya la parroquia y que da protagonismo a hombres y mujeres que experimentan lo que pueden hacer por los demás.

Pretendemos a veces recoger el cien por cien de nuestra siembra  y eso  no es posible. Al fin y al cabo estamos pretendiendo resultados inmediatos. Que después de la primera comunión las iglesias se llenen de niños y que los padres mantengan su presencia y su colaboración. Está bien soñar y desear lo mejor. Pero también es bueno poner en consideración las pequeñas conquistas que se logran cuando aprovechamos las catequesis para dar a conocer  a Jesús, para acoger a familias alejadas, para brindar afecto y ánimo a los niños, para mostrar el rostro de una comunidad de cristianos que no se presenta como impositiva, que no va buscando intereses económicos ni de ningún tipo. En definitiva que, a uno le toca sembrar y el crecimiento de la semilla dependerá del Señor.

Cuando pienso en  mi primera comunión, sólo me quedan unos fugaces recuerdos: Un día que consideré muy importante, una alegría interior….y una taza de chocolate, todo un lujo en aquel tiempo, a la salida de la misa. Lo demás vino después. Tengo más recuerdos de lo que no hubo. No estrené ropa, ni tuvimos un banquete, ni recibí regalos, salvo la taza de chocolate y alguna pesetilla de mis tíos o vecinos, ni me hicieron fotos ni entregué recordatorios.  Tampoco hubo un cambio sustancial en mi vida a partir de aquella fecha. Por eso no comprendo que ahora nos quedemos descontentos o desanimados si no vemos una transformación inmediata de los niños y de las familias. Como si tuviéramos la varita mágica para transformar a las personas.

La cosa es más sencilla. Jesús nos dijo: Vayan por el mundo y anuncien el evangelio. Y punto. Lo demás ya no nos corresponde. Eso es lo que tenemos que hacer. Anunciar a Jesús, hablar de él, con vida y con palabras, con alegría y entusiasmo. Sólo eso, que no es poco.

Por eso no siento angustia por los que no siguen, porque sé que esa ya no es tarea  mía. Y cuando veo que hay una familia que queda enganchada a la parroquia, que una familia ha disfrutado durante un año de las misas del domingo o que un solo niño continúa viniendo a la misa, entonces es para mí  el día más feliz de mi vida, como se decía antes del día de la Primera comunión. Por eso, que Marina me diga que es más buena y que quiere seguir recibiendo a Jesús, eso sólo me basta para creer que  los trabajos  de una parroquia por la catequesis de niños y padres, valen la pena. Gracias, Marina, por ayudarme a descubrirlo.

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