Hace unos días participé en un debate sobre la Iglesia en una emisora de radio. No imaginan ustedes la cantidad de reproches que tuve que escuchar contra la Iglesia. Críticas muy duras a una Iglesia que, los contertulios, consideran rica, intransigente y autoritaria. Pero en un momento quedaron sorprendidos cuando afirmé que tampoco yo aceptaba ni creía en esa Iglesia. Claro que no acepto una Iglesia alejada de los problemas del mundo, indiferente a la situación de los pobres. Claro que rechazo una iglesia llena de riquezas y de lujos. No, no quiero ni creo en esa Iglesia. Pero esa no es mi Iglesia. Esa es una simple caricatura que no se corresponde con la realidad.
La verdadera Iglesia, la que yo conozco, la podemos encontrar y vivir en nuestra Diócesis, en nuestras islas. Con muchos defectos, sí. Pero con muchísimos más valores. Veo entre nosotros una iglesia que reconoce su debilidad y sus miserias. Una Iglesia formada no por curas y monjas sino por una inmensa cantidad de hombres y mujeres que intentan darle vida al evangelio de Jesús. Veo la Iglesia en ese montón de personas que, a través de Caritas, Proyecto Hombre o Villa Teresita, intentan dar respuesta a las situaciones de pobreza, droga o prostitución. Creo en esta Iglesia. Y creo en la Iglesia que está presente, con discreción, en las cárceles y en los hospitales con un mensaje de esperanza. Creo en la Iglesia que tiene presencia en la Ciudad San Juan de Dios, en la obra Social del Hermano Jesús, y en los comedores sociales. Creo en la Iglesia que, porque se considera débil, pone su confianza en Dios y se hace oración en casi todos los pueblos y barrios de nuestras islas con la eucaristía, el rezo del rosario, o la constante plegaria de miles de personas en sus hogares, o en los monasterios de vida contemplativa de Telde, Teror, Los Hoyos o Santa Brígida.
Me entusiasma esat iglesia que dialoga en la base de cada parroquia, aunque haya excepciones, con los niños, con los jóvenes y con los mayores. Creo en la Iglesia que escucha, anima y aconseja gratuitamente a través del confesionario, del acompañamiento espiritual o el diálogo cercano y familiar. Y admiro a esta Iglesia que no aporta el 0,7 para los pueblos empobrecidos sino más del 2 y el 3 por ciento de su presupuesto. Creo en esta Iglesia de nuestra Diócesis que, aunque con pocos medios, comparte también con otros hermanos que están peor que nosotros. Comparte su dinero y hasta un selecto de número de seglares, sacerdotes y religiosas que, en nombre de la diócesis, están trabajando humanitariamente en Mozambique, Malawi, Nicaragua, Colombia y otros países.
Esta es la Iglesia que quiero y conozco. La otra Iglesia, la que constantemente y con tanto desconocimiento se critica en la televisión o en las tertulias, ni la quiero ni, gracias a Dios, la veo tan representada en la realidad. Y mi rechazo más contundente para ella. Para la Iglesia de nuestra Diócesis, a pesar de sus limitaciones, todo mi afecto y mi apoyo.
La verdadera Iglesia, la que yo conozco, la podemos encontrar y vivir en nuestra Diócesis, en nuestras islas. Con muchos defectos, sí. Pero con muchísimos más valores. Veo entre nosotros una iglesia que reconoce su debilidad y sus miserias. Una Iglesia formada no por curas y monjas sino por una inmensa cantidad de hombres y mujeres que intentan darle vida al evangelio de Jesús. Veo la Iglesia en ese montón de personas que, a través de Caritas, Proyecto Hombre o Villa Teresita, intentan dar respuesta a las situaciones de pobreza, droga o prostitución. Creo en esta Iglesia. Y creo en la Iglesia que está presente, con discreción, en las cárceles y en los hospitales con un mensaje de esperanza. Creo en la Iglesia que tiene presencia en la Ciudad San Juan de Dios, en la obra Social del Hermano Jesús, y en los comedores sociales. Creo en la Iglesia que, porque se considera débil, pone su confianza en Dios y se hace oración en casi todos los pueblos y barrios de nuestras islas con la eucaristía, el rezo del rosario, o la constante plegaria de miles de personas en sus hogares, o en los monasterios de vida contemplativa de Telde, Teror, Los Hoyos o Santa Brígida.
Me entusiasma esat iglesia que dialoga en la base de cada parroquia, aunque haya excepciones, con los niños, con los jóvenes y con los mayores. Creo en la Iglesia que escucha, anima y aconseja gratuitamente a través del confesionario, del acompañamiento espiritual o el diálogo cercano y familiar. Y admiro a esta Iglesia que no aporta el 0,7 para los pueblos empobrecidos sino más del 2 y el 3 por ciento de su presupuesto. Creo en esta Iglesia de nuestra Diócesis que, aunque con pocos medios, comparte también con otros hermanos que están peor que nosotros. Comparte su dinero y hasta un selecto de número de seglares, sacerdotes y religiosas que, en nombre de la diócesis, están trabajando humanitariamente en Mozambique, Malawi, Nicaragua, Colombia y otros países.
Esta es la Iglesia que quiero y conozco. La otra Iglesia, la que constantemente y con tanto desconocimiento se critica en la televisión o en las tertulias, ni la quiero ni, gracias a Dios, la veo tan representada en la realidad. Y mi rechazo más contundente para ella. Para la Iglesia de nuestra Diócesis, a pesar de sus limitaciones, todo mi afecto y mi apoyo.
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