Su madre decía siempre a María Rosa que hablara más bajo, que no gritara. Porque hablar fuerte molesta, le decía. Y además, se entiende menos lo que quiere decir. Pero ya se sabe que hay personas acostumbradas a chillar y consiguen así que todos los que están a su lado, sin pretenderlo, se enteren de lo que hablan por el móvil o lo que comentan en el bar.
Rogelio, mi sobrino, cuando era niño y no comprendía lo que su padre hablaba con otros adultos, le decía: -Habla más bajito, papá, para yo entender. Y resulta que estos días, leyendo La isla de los 5 faros de Ramón Cortés, me vienen a la mente las personas que no saben hablar bajo, en ninguno de sus significados. Según el autor del libro, los faros, o por lo menos el de Punta Nati, consiguen comunicarse con los navegantes con un lenguaje fácil, sereno y rápido que todo el mundo entiende.
Y ahora vienen las buenas catequistas de mi parroquia y me dicen que la charla que les recomendé estuvo muy bien…pero que no entendieron casi nada. Que se hablaba un lenguaje tan alto que ellas no podían alcanzar. Encima ellas, buenas que son, se culpan a sí mismas en vez de señalar al faro que no manda adecuadamente su mensaje. ¿Por qué, por ejemplo, me decía Antonio Juan el del Molino, los enterados hablan de “los canales de comercialización” para referirse a los panaderos como se ha dicho toda la vida?
Es el peligro de los que no han bajado a tierra, hablan “muy alto” y mantienen un lenguaje academicista, más propio de la Universidad. El médico puede dejar k.o al pobre enfermo si le explica su enfermedad en los términos que estudió en los gordos libros de Medicina. O puede hacerse entender, aunque se trate de una enfermedad muy compleja, si habla más bajito, más adaptado a la persona que tiene al lado. Una homilía llena de frases en latín y términos calcados del manual de teología no puede transmitir nada a un pueblo sencillo. Aunque el discurso sea una joya como tratado teológico. Isabelita, aquella señora muy mayor, feligresa de Tamaraceite, me decía: Yo procuro ir siempre a la misa de los niños porque es la que mejor entiendo. La comprendo toda.
El faro de Punta Nati, según el autor del libro citado, transmite una lección: “Así como la niebla impide a los navegantes captar el mensaje de los faros, la niebla que nosotros ponemos en el lenguaje nos hace difícil llegar a los demás”. Y es que es más difícil preparar un discurso breve y sencillo que hacerlo largo e ininteligible. Decía Pascal, escribiendo a un amigo: «perdón por esta larga carta, pero no tuve tiempo de escribirla corta». Y mi profesor de Oratoria, D. Heraclio Quintana (qué buen profesor para tan mal alumno) decía: Una homilía de 30 minutos necesita una hora de preparación. Pero si el discurso sólo dura 10 minutos, hay que dedicarle 2 horas a su preparación.
Bueno, pues seamos como los faros: Mensajes cortos, fáciles, prácticos. No hay que gritar, María Rosa, señores curas y señores médicos y señores políticos. Mejor, hablar bajito, que todo el mundo pueda entenderlo, que al fin de cuentas es lo que importa. Me aplicaré el cuento.
susovega@hotmail.com
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