REFLEXIÓN PARA LA LITURGIA DE ESTE DOMINGO (XXI del Tiempo
Ordinario
HUMILDAD Y SINCERIDAD SE
IDENTIFICAN
Por Antonio García-Moreno
1.- PROFESIÓN DE AMOR.-
Josué ha sido el sucesor de Moisés que, con brazo seguro y pie firme, ha
entrado en la Tierra Prometida. Consciente de la misión que Yahvé, el Dios
vivo, le ha encomendado, reúne a todo el pueblo de Israel: a los ancianos, a
los jefes, a los jueces, a los magistrados. Y allí, invocando al Señor, les
propone algo decisivo para la historia del pueblo: su entrega incondicional y
su consagración a Dios. Josué propone a los suyos: "Si no os parece bien
servir al Señor, escoged a quien servir: a los dioses a quienes sirvieron
vuestros antepasados al este del Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en
cuyo país habitáis". Son libres de volver a los ídolos que adoraron antes
de conocer a Yahvé, o de postrarse ante los dioses de los amorreos.
2.- Estos hombres tienen
ante ellos al Señor de los cielos y tierra, al Señor que los ha librado de la
esclavitud y los ha guiado por un duro desierto, interminable. A ese Dios que
tiene derecho a la entrega sin condiciones del pueblo israelita que tanto, todo
cuanto es, le debe. Pero el Señor quiere una decisión nacida del amor, una
decisión libérrima. Por eso plantea la cuestión en tales términos. Al
contemplar este modo tan atrayente de querernos, de pedirnos por amor lo que te
debemos por justicia, te decimos que somos totalmente tuyos, que sólo a ti te
vamos a servir, que sólo a ti te vamos a amar, en ti vamos a creer y a esperar.
3.- El pueblo ha visto
muchas cosas, ha presenciado en mil ocasiones cómo el Señor les demostraba su
desvelo, su empeño de cuidarles con el esmero y la ternura de una buena madre,
con la previsión de un padre sabio y fuerte. Movidos por esa experiencia,
exclaman: "El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros
padres de Egipto, de la esclavitud; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos
protegió en el camino que recorrimos entre los pueblos por donde cruzamos.
Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios". Cada uno podría
contarnos cómo el Señor le ha mostrado su presencia. Todos, estoy seguro, hemos
notado que Dios estaba interviniendo en nuestro favor. Es un detalle, es una
coincidencia, es una "casualidad", algo que no podemos explicar más
que refiriéndolo al Señor, ese Dios que no se ve con los ojos de la cara, pero
sí con los del alma.
4.- Al recordar tanto amor,
tanta providencia, tanto desvelo, queremos reconocerte como Señor y dueño de
nuestra existencia. Y lograr que todo nuestro quehacer sea un vivir para ti,
feliz al saber que aceptas y miras complacido nuestras pequeñas y sencillas
acciones, esas que constituyen el entramado de nuestra vida. Esos gestos
ordinarios y corrientes que tratamos de que sean grandes, extraordinarios por
el amor y esmero que en ellos ponemos. Sí y siempre sí: "Nosotros
serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios.
5.- SÓLO LOS HUMILDES.-
Este modo de hablar es inadmisible, dijeron muchos de los que escucharon las
palabras del Maestro divino. Hoy también hay quienes repiten lo mismo, quienes
se echan atrás a la hora de ser consecuentes con las exigencias, a veces duras,
que comporta la fe. Son los que ven las cosas con criterios humanos, juzgan los
hechos con medidas terrenas; olvidan que sólo con la fe y la esperanza, con un
grande y profundo amor, podremos entender y aceptar la revelación de Dios. Jesús
les explica de alguna manera el sentido de sus palabras sobre la Eucaristía.
Les hace comprender que lo que ha dicho tiene un sentido más profundo, del que
parece a simple vista. Su carne y su sangre son ciertamente comida y bebida,
pero no en un sentido meramente físico, como si se tratase de una forma de
canibalismo. Se trata de algo muy distinto que, en definitiva, sólo por medio
de la fe se puede aceptar y, en cierto modo, hasta entender.
6.- Lo que sí hay que
destacar es que Jesús no se desdice de lo que ha dicho acerca de su presencia
real en la Eucaristía, y sobre la inmolación de su cuerpo y su sangre en
sacrificio redentor por todos los hombres. Por otra parte, es preciso subrayar
que en ocasiones seguir a Cristo supone negarse a Sí mismo, dejar el propio
criterio y abandonarse en la palabra y en las manos de Dios. Para eso hay que
ser muy humildes y sinceros con nosotros mismos. En el fondo, humildad y
sinceridad se identifican. Se trata, en una palabra, de reconocer la propia
limitación de entendimiento y comprensión, aceptar que uno es muy poca cosa
para captar bien lo referente a Dios. Fiarse del más sabio y del más fuerte,
saberse pequeño y torpe, escuchar con sencillez al Señor.
7.- Entonces sí
"comprenderemos", entonces sí aceptaremos. Dios que siente debilidad
por los humildes, nos iluminará la mente y nos encenderá el corazón, para que
la dicha y la paz inunden nuestro espíritu, en ese acercamiento supremo entre
Dios y el hombre, que se realiza en la Sagrada Eucaristía.
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