Escribe Paco Mira
TRANSFIGURARNOS,
PERO ¿DE QUÉ?
En mi época estudiantil universitaria uno siempre hace aquello
que normalmente no hace y lo más probable que lo que haga en esa época quizás
no lo vuelva a repetir. Es algo que a muchos estudiantes les pasa y por eso esa
etapa de la vida normalmente se suele recordar con cariño y no solamente con
cariño, sino con nostalgia y probablemente nos marque para el resto de la vida.
Cuando echamos la mirada hacia atrás, quizás lo primero que nos viene a la
mente son esas circunstancias que nos marcan. Una de esas cosas que hice y no
he vuelto a ver es una visita a los museos: muchos de los museos que tenemos en
nuestro país uno aprovecha su estancia en la universidad para poder visitarlos,
quizás por esa fiebre de cultura que uno tenía ( y quizás tiene) en aquella
época.
Lo bueno de los museos que nos van
llevando por un recorrido que se me antoja lógico: si es de la historia del
hombre, no empezará por el final, sino por la prehistoria; si es de ciencias no
empezará por el último invento, sino por los primeros.... Pero todo museo tiene
más de una intención: que no nos olvidemos de lo que somos y hacemos y por eso
queda perpetuado para la historia y que echemos una mirada atrás para ver lo
que fuimos para saber donde estamos.
En nuestro museo de la vida, hace una
semana que entramos en la Cuaresma. Y en ese recorrido lógico, la primera de
las salas era el desierto, del que no se escapa nadie, porque entrar en esa
sala era entrar en contacto con uno mismo. Nadie puede escaparse de sí mismo. Y este fin de semana, nos encontramos con
nuestro propio espejo representado en la figura de un hombre que hasta se me
antoja simpático: Pedro
Cambiamos de sala. Nos subimos a una
montaña. Quizás el lugar donde podemos contemplar con mejor perspectiva lo que
nos rodea y Pedro dice, "que bien se
está aquí". Pedro lo más probable que no era consciente de lo que
estaba experimentando, sin embargo no le importó vivir esa experiencia.
Dios en el desierto de la vida de cada
uno, no solo nos pone a prueba, sino que nos pone al límite de nuestra
fidelidad. Es que el desierto no es una pera en dulce y lo vemos todos los días
en los medios de comunicación social. Tenemos para dar y tomar. Tenemos para
regalar y que nos regalen. Dios sigue siendo fiel y guarda su alianza y siempre
camina con nosotros junto a los riesgos del desierto.
Pone a prueba a Abrahám, como prototipo
de la fidelidad a pesar de todo lo que él ama y quiere. Dios se transforma, se
transfigura en su Hijo Jesús y nos invita a transfigurarnos a nosotros también.
Nos invita a ir más allá de lo que vemos, nos invita a no quedarnos en lo
anecdótico de las cosas, nos invita a ver a Dios cara a cara y exclamar como lo hace Pedro, qué bien se
está aquí.
Pablo en su carta que dirige a la
comunidad de Roma, se pregunta :Si Dios
está con nosotros, ¿quién puede estar en contra?. Por eso Pedro, tipo duro
como ninguno, exclama que se siente a gusto. Nosotros a veces no exclamamos con
convicción el estar a gusto con nuestra ideología religiosa. Nosotros por no
molestar a otros ocultamos nuestra verdadera identidad religiosa aún a pesar de
no estar convencidos. Claro, como nos dirá el salmo de este fin de semana
(115), Caminaré en presencia del Señor en
el país de la vida.
Ojalá que nosotros seamos capaces también
de transfigurarnos. Que seamos capaces de dar a conocer el verdadero rostro de
Jesús. Que nuestra imagen, quien la vea, refleje el rostro resplandeciente de
quien nos guía y que los demás cuando estén con nosotros puedan decir que bien
se está aquí. Hagamos tres tiendas y quedémonos con los que siguen la figura de
un tal Jesús, que ni en el desierto de la vida, ni en lo alto de una montaña
deja de revelar el rostro del Padre.
Por cierto, les recomiendo Marcos
9,2-10
Hasta la próxima
Paco Mira
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