Cuento ganador en el Concurso convocado por nuestra parroquia (Niños de 4º a 6º)
Hoy como un día cualquiera me toca despertarme pronto porque me he ofrecido voluntaria para la Fundación Adelfa que atiende a ancianos con problemas y yo voy y les enseño, les ayudo a que ese problema no le pase factura. No pido nada de nada a cambio; sólo quiero verles con una sonrisa y que esa sonrisa ilumine su preciosa cara.
He salido y hoy no sé por qué, he salido más contenta que nunca, creo que es porque me iré a casa de mi primo Fabio y él tiene un grandísimo problema: tiene síndrome de Down y siempre que estoy con él mi alma se abre e intento ayudarlo de la manera más bonita que hay. Su padre y su madre no saben si separarse o no porque esto les está pasando factura a ellos.
-Mamá, voy a prepararme la merienda. Le advertí a mi madre.
-Vale, cariño, pero rápido que tu tía Micaela me acaba de llamar para ir a su casa para estar con Fabio mientras que Micaela y su marido Juan van a solucionar sus problemas.
Nos metimos en el coche y nos fuimos a casa de mi primo. Cuando llegué estuve jugando con Fabio e intentando que comiese. Habían tocado y era mi tía y habían decidido que el problema de Fabio no les iba a parecer un obstáculo en su relación. Pero pocos segundos más tarde el médico de Fabio llamaba para decirnos que querían darle una medicación y operarlo, así se podría curar y así que lo llevamos y a los minutos se lo pusieron, no había cambio y estuvimos horas esperando la última orden del médico.
Él nos dijo que no podían hacer nada más y que los mejores médicos estaban en México y calculamos cuánto le podría costar el viaje a Fabio con sus padres y fueron siete mil euros. Miré a mi tía Micaela y ella estaba llorando porque ese viaje no lo podían pagar. Pusimos carteles, huchas para que la gente colaborase y cuando se fue acercando el día de reservar el vuelo recogimos todo el dinero que la gente había donado y fueron unos dos mil euros. La gente había sido muy solidaria, pero nos faltaban cinco mil euros… Pues tuvimos que buscar otra solución y se me pasó por la cabeza la hucha que mi madre me regaló, allí tenía mucho dinero y decidí dársela a mi tía Micaela.
-¡Pero no te podrás comprar ese dragón por Navidad!, me dijo ella.
Yo le respondí:
-Prefiero no tener dragón, sin el dragón podré sobrevivir; sin mi primo, la vida será muy triste.
Días más tarde volvieron mi primo y mis tíos. En su cara sólo se reflejaba felicidad. Todos estábamos muy contentos por su llegada, pero aún más porque Fabio ya estaba curado. Esa noche todos cenamos en familia, mi abuela había preparado mi plato favorito como premio por lo que había hecho.
Todos estábamos muy contentos, poco después fueron las doce y nos llegaron los regalos de Navidad. A mí me trajeron aquel dragón que tanto quise.
María Rodríguez Cabrera (10 años)
Playa de Arinaga
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