domingo, 12 de septiembre de 2010

La Homilía del Domingo: ¿Has perdido algo? ¿Has perdido a alguien?

LA HOMILÍA DEL DOMINGO
¿Has perdido algo? ¿Has perdido a alguien?
¿Has perdido alguna vez alguna cosa?
-El carnet de identidad, la cartera, el móvil, las gafas?
¿Qué hiciste para buscar lo perdido? 
-Mirar, remirar, preguntar a alguien si lo ha visto….
¿Y qué sentiste al encontrarlo?
-Alegría, ganas de decirlo a los demás y celebrarlo.
Pues mira lo que dice el evangelio: Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles:
¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.
Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.» (Cuando peco, porque soy egoísta, ..soy una moneda perdida por Dios. Pero cuando me “convierto” doy una ALEGRÍA A LOS ÁNGELES Y A DIOS)

De niños perdimos un perro, se llamaba Polo. Lloramos y los buscamos.
¿Quién ha perdido alguna vez un perro, un gato, un pájaro, una oveja, una cabra (anoche soñé que me habían dado una jaula con pájaros…y se me escaparon todos)
¿Quién ha perdido un animalito?
¿Qué hace para buscar  el animalito perdido? ¿No es verdad que se convierte en el más importante, aunque tenga otros cien más?
- «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos
y a los vecinos para decirles:
“¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.”
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. (Nosotros a veces nos hemos perdido de Dios… Y él anda buscándonos. ¡Alegría en el cielo si nos “recupera”)

¿Quién ha perdido un amigo? ¿No siente pena por él?
A veces esperamos que él venga. Le echamos la culpa a él.
Nosotros, como él no quiere saber nada de nosotros, nosotros también nada de él.
¿Hará eso Dios con nosotros? Seguro que no- «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba comer.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre.
Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”
Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.”
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Éste le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.”
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tu bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.”
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”»

-Nosotros somos la moneda, la oveja, el hijo que a veces se aleja de Dios…
-Alegremos al cielo. Alegremos a la comunidad cristiana. Alegrémonos nosotros. Recuperemos nuestros valores, nuestras virtudes.
Y si tenemos un amigo que nos dejó, un familiar, un compañero que está mal con nosotros… ¿Podremos intentar hacer lo que Dios hace con nosotros? ¿No podremos ser misericordiosos y salir a su encuentro?
Esta semana me decía un padre: Tengo la alegría más grande del mundo. Mi hijo no me hablaba desde hacía más de 10 años… y nos hemos perdonado.
¿Nos damos un banquete de alegría hoy?

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