ENTRE MASTER CHEF
O LA SUBIDA DE LA LUZ...
PUES NO SÉ
O LA SUBIDA DE LA LUZ...
PUES NO SÉ
Con razón el
Vaticano II, decía que había que leer los signos de los tiempos, que había que
mirar a nuestro alrededor para comprobar y darse cuenta que Jesús, en infinidad
de gestos y actitudes, también camina con nosotros. Hace falta asomarse a la
ventana y comprobar que muchas realidades no hace falta que sean excesivamente
escandalosas, para darnos cuenta que en el camino de la vida, la vida es mucho
más que penosa, sino que también es maravillosa.
Estos días atrás,
en los que el frío atizaba de mala manera a nuestra querida España, a quien
fuera no se le ocurre otra cosa, que subir el precio de la luz. Me imagino que
se acordarán que las voces, los gritos desgarradores, de quienes para llegar a
fin de mes tienen que hacer un montón de números, fueron de lo más sonado.
¡Subir la luz justo cuando más frío hace, parece increíble!, ¡pero seguimos
apretándonos el cinturón y seguimos pagando la luz!.
Y pagamos la luz,
entre otras cosas, para poder entretenernos delante del televisor para ver
programas como Master chef. Programas donde la competitividad por hacer el
mejor plato de comida es el resultado de un casting donde se habrán presentado
infinidad de gente, precisamente para poder ganar un poco de dinero con qué
pagar la luz tremendamente encarecida.
Uds. se
preguntarán que a qué viene todo esto. Y es que el evangelio de este fin de
semana, (Mt 5, 13-16), nos habla precisamente de que nosotros somos la sal de
la tierra y la luz del mundo. ¿Saben?, a veces lo dudo. Y lo dudo en infinidad
de ocasiones, al menos con muchas de mis actitudes.
La sal nos hace
saborear un montón de platos, nos hace que nuestro paladar se deleite con
infinidad de sabores escondidos en medio de una mezcla de sabrosos productos.
La luz nos hace ver infinidad de
situaciones que en la oscuridad no seríamos capaces de apreciar. La luz,
en definitiva, nos tiene que hacer que no tropecemos con aquello que nos impide
caminar hacia adelante.
La buena noticia,
el evangelio, nos da la oportunidad de ser luz, de ser sal. Muchos de nuestros
hermanos están esperando que les preparemos un plato de comida, a veces no
material, el plato del diálogo, el plato del abrazo, el plato del silencio, el
plato de la escucha, el plato de la sonrisa..... ¡cuántos platos podemos
preparar!.
Pero al mismo
tiempo muchos de nuestros hermanos esperan que seamos luz. Muchos andan por el
camino equivocado de la droga, del alcohol, de la delincuencia... y ¡cuántas
veces no queremos encontrarnos con ellos y los dejamos en la más absoluta
oscuridad de su propia equivocación!. Muchos, tristemente arrojados de sus
países a la fuerza, saltando vallas que dejan marcas en sus cuerpos. Muchos
arrojados de sus casas a la calle porque el salario no les llega para pagar una
mensualidad y.... esperan que nosotros seamos capaces de alumbrarles de alguna
manera, de ayudarles a escoger el camino que no les lleve a la equivocación.
Ojo: no hace falta
tener un alto voltaje; no hace falta tener mucha potencia que hace que los demás
no puedan seguirnos. Quizás la primera lectura nos de la clave: parte tu pan
con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al desnudo....
fijémonos que no hace falta una iluminación industrial pues probablemente al
lado de nosotros, con una mirada serena, pero que nos dice y nos llama, espera
que le iluminemos.
Amigos, ojala que
seamos grandes cocineros de amor que seamos capaces de poner sal y que no
subamos el precio de lo que nace con nosotros que es la luz que nos dice Jesús
que tiene que alumbrar al mundo.
Hasta la próxima.
Paco Mira
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