Juan Santana, desde Playa de Arinaga
EL MÉDICO INTELIGENTE
Este caso, del cual ignoro si lo he
mencionado alguna vez, quisiera narrarlo, pidiendo disculpas si ya lo he
mencionado antes.
Aproximadamente a final de los años 60,
o comienzos de los 70, cuando nuestro médico de cabecera, hoy llamado médico de
familia, estaba aún en Agüimes.
Por eso todos teníamos que desplazarnos
hasta allí, tanto para ir a una consulta normal o repetir un medicamento de la
“Seguridad Social” que nos hiciera falta.
De todas maneras, la farmacia estaba
allí, pues ni en el Cruce de Arinaga ni en la playa había ninguna en ese
tiempo.
El llamado “consultorio médico”, por
llamarle de alguna manera, estaba en la zona de Agüimes que conocen como “El
San Antón”. Era una casa antigua que adaptaron para las consultas de los
asegurados, pero que los despachos estaban al fondo, donde tenías que llegar
después de atravesar una especie de patio delantero.
La “sala de espera” no tenía las
actuales sillas, si no que para que se hagan una idea, imaginen dos piedras
grandes separadas unos metros y encima un palo ancho, que era donde la gente se
sentaba a esperar hasta que su médico le llamara desde su despacho.
Había una especie de caseta que hacía
las veces de oficina para la secretaria, por si tenía que rellenar algún papel.
Las consultas eran tres, con los
doctores siguientes: Don José Luño, que era el encargado de sanidad del
municipio, Don Ramón y en la época que les narro, la otra estaba ocupada por
Don Francisco Santana Valerón.
Todos los Jueves, en esa zona se
instalaba lo que antes llamaban “El baratillo”, hoy conocido como “el
mercadillo”.
Allí podías comprar una camisa, un
pantalón, fruta variada, pescado etc.
Era de lo más lógico que las amas de
casa dejaran para un Jueves el acudir a repetir las medicinas para ese día de
la semana, aprovechando así para ir al llamado “baratillo”, pues siempre
compraban algo.
El
caso del que hablo sucedió un Jueves, por lo que la zona donde los médicos
pasaban consulta estaba llena de los llamados “puestos de venta”, escuchándose
los gritos de los que ofertaban los productos, siendo un ir y venir de gente.
Mientras tanto, allí al lado, “un solo
paciente” estaba dentro, esperando para ser recetado, esta vez por D. José Luño,
el cual pasaba primero la consulta de los pacientes de la seguridad social y
luego se iba a su despacho privado.
Cuando dijo que pasara el primero, entró
un señor que dijo tener el número 42, pero al estar solo él, entró el primero.
Cuando el doctor se dio cuenta, supuso
enseguida que el resto de pacientes estaría de compras y despistados, por lo
que recetó al hombre y le pidió que mirara fuera, para así saber si había
llegado el resto de sus pacientes, pero este le dijo que allí no veía a
nadie.
El médico cerró con destreza su maletín
y se dirigió a la calle.
Una vez fuera se fue hacia su coche, en
el momento en que una señora que se dirigía al consultorio le dijo: ¿A dónde va
usted, don José?
Este, sin pensarlo dos veces le
respondió: ¡Voy a comprar al baratillo!
Y se marchó con su coche para la
consulta privada, dejando a todos los pacientes de ese día sin recetar, supongo
que pensando que en adelante irían primero a la consulta y después a las
compras.
Juan Santana Méndez
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