martes, 15 de septiembre de 2015

“Viajar a la capital…cuando éramos niños”

BAJO MI PUNTO DE VISTA
Juan Santana

“Viajar a la capital…
cuando éramos niños”

Para las actuales generaciones, las cuales disfrutan hoy en día de la delicia de las modernidades, no saben lo que nosotros vivíamos antes, durante y después del desplazamiento hasta Las Palmas de Gran Canaria.
Desde el día anterior, nuestras madres sacaban del armario aquellas prendas que tan solo nos poníamos para salir de Arinaga, pues eran otras las que utilizábamos para ir los domingos a misa, dejando las más gastadas para estar por Arinaga, junto con esas zapatillas que ahora llaman “de calamares”.
Si estabas mucho tiempo sin salir, ya la ropa te quedaba más ajustada y los zapatos apretados, que era el momento en que escuchabas a tu madre decir: ¡Tengo que comprarte otra ropa y dejar esa para todos los días, porque así la aprovechas!
No quiero que piensen que soy un exagerado, ya que habiendo nacido en el año 1960, si desean averiguar si miento, pregunten a todos los de mi época, que no es precisamente el “Paleolítico”.
El día del viaje, como si tuvieras que coger un avión, te levantaban de madrugada, para que después de lavarte y vestirte, salir a la carretera para coger el llamado “coche de hora” hasta el Cruce de Arinaga.
Sin salir del tema, decirles que esa guagua a la que llamaban “coche de hora”, era de la empresa AICASA, predecesora de SALCAI, que luego pasó a llamarse GLOBAL.
La “Parada” del Cruce de Arinaga estaba en la parte norte de la actual, donde como ahora, pasan los que van para Telde, aunque con la salvedad de no tener “marquesina”, por lo cual estabas a la “intemperie” hasta que pasara la guagua.
Siempre tenías el aliciente de que al llegar a la capital, te llevaban a la llamada “Plaza del mercado”, situada en la zona de Vegueta, junto a lo que un día fue la desembocadura del “Barranco de Guiniguada”. Allí desayunábamos churros y café con leche, cosa que por el sur no había.
Si nuestra permanencia en la capital se prolongaba hasta la tarde por no poder resolver todo en la mañana, había dos formas de almorzar. Una era la de comer en las llamadas “fondas”, que venían a ser unos bares donde te servían en las mesas, pero también tenías la posibilidad que puede parecer hoy algo extraña, que era la de comprar algunos dulces o bocadillos y comértelos en los laterales del Teatro “Pérez Galdós”, para terminar las cosas por la tarde.
Recuerdo que a la hora de regresar a casa, las guaguas aparcaban en el Parque de San Telmo, porque no estaba la actual estación, pero si tardaba mucho rato en salir, pasábamos por un Kiosco que vendía golosinas, hoy llamadas “chuches”, donde nos compraban siempre algo, más bien para que no le diésemos la lata.
Antes de coger la guagua de regreso, nuestras madres nos hacían ir al baño, que estaba en la esquina del citado Parque de San Telmo. Luego, al subir al coche y como unos iban por la parte de Telde y otros cogían la carretera que iba por Melenara, nuestras madres preguntaban al conductor: ¿Este coche va por la pista?
Si su respuesta era afirmativa, entrábamos y nos disponíamos a regresar a casa, pero solo hasta el Cruce de Arinaga, porque allí cogíamos el que nos llevaba hasta la playa.
Ni que decir tiene que al día siguiente nos poníamos a contar las peripecias del viaje a nuestros compañeros de escuela, exagerando algo para ponerles los dientes largos, agrandando el capítulo del desayuno con churros.
Les aseguro que no exagero lo más mínimo.

Juan Santana Méndez
          

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