BAJO MI
PUNTO DE VISTA
Juan
Santana
“Viajar
a la capital…
cuando éramos niños”
cuando éramos niños”
Para
las actuales generaciones, las cuales disfrutan hoy en día de la delicia de las
modernidades, no saben lo que nosotros vivíamos antes, durante y después del
desplazamiento hasta Las Palmas de Gran Canaria.
Desde
el día anterior, nuestras madres sacaban del armario aquellas prendas que tan
solo nos poníamos para salir de Arinaga, pues eran otras las que utilizábamos
para ir los domingos a misa, dejando las más gastadas para estar por Arinaga,
junto con esas zapatillas que ahora llaman “de calamares”.
Si
estabas mucho tiempo sin salir, ya la ropa te quedaba más ajustada y los
zapatos apretados, que era el momento en que escuchabas a tu madre decir:
¡Tengo que comprarte otra ropa y dejar esa para todos los días, porque así la
aprovechas!
No
quiero que piensen que soy un exagerado, ya que habiendo nacido en el año 1960,
si desean averiguar si miento, pregunten a todos los de mi época, que no es
precisamente el “Paleolítico”.
El
día del viaje, como si tuvieras que coger un avión, te levantaban de madrugada,
para que después de lavarte y vestirte, salir a la carretera para coger el
llamado “coche de hora” hasta el Cruce de Arinaga.
Sin
salir del tema, decirles que esa guagua a la que llamaban “coche de hora”, era
de la empresa AICASA, predecesora de SALCAI, que luego pasó a llamarse GLOBAL.
La
“Parada” del Cruce de Arinaga estaba en la parte norte de la actual, donde como
ahora, pasan los que van para Telde, aunque con la salvedad de no tener
“marquesina”, por lo cual estabas a la “intemperie” hasta que pasara la guagua.
Siempre
tenías el aliciente de que al llegar a la capital, te llevaban a la llamada
“Plaza del mercado”, situada en la zona de Vegueta, junto a lo que un día fue
la desembocadura del “Barranco de Guiniguada”. Allí desayunábamos churros y
café con leche, cosa que por el sur no había.
Si
nuestra permanencia en la capital se prolongaba hasta la tarde por no poder
resolver todo en la mañana, había dos formas de almorzar. Una era la de comer
en las llamadas “fondas”, que venían a ser unos bares donde te servían en las
mesas, pero también tenías la posibilidad que puede parecer hoy algo extraña,
que era la de comprar algunos dulces o bocadillos y comértelos en los laterales
del Teatro “Pérez Galdós”, para terminar las cosas por la tarde.
Recuerdo
que a la hora de regresar a casa, las guaguas aparcaban en el Parque de San
Telmo, porque no estaba la actual estación, pero si tardaba mucho rato en
salir, pasábamos por un Kiosco que vendía golosinas, hoy llamadas “chuches”,
donde nos compraban siempre algo, más bien para que no le diésemos la lata.
Antes de coger la guagua
de regreso, nuestras madres nos hacían ir al baño, que estaba en la esquina del
citado Parque de San Telmo. Luego, al subir al coche y como unos iban por la
parte de Telde y otros cogían la carretera que iba por Melenara, nuestras
madres preguntaban al conductor: ¿Este coche va por la pista?
Si
su respuesta era afirmativa, entrábamos y nos disponíamos a regresar a casa,
pero solo hasta el Cruce de Arinaga, porque allí cogíamos el que nos llevaba
hasta la playa.
Ni
que decir tiene que al día siguiente nos poníamos a contar las peripecias del
viaje a nuestros compañeros de escuela, exagerando algo para ponerles los
dientes largos, agrandando el capítulo del desayuno con churros.
Les
aseguro que no exagero lo más mínimo.
Juan
Santana Méndez
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