viernes, 27 de julio de 2012

CARTA AL VIENTO. Un milagro necesario

CARTA AL VIENTO. Un milagro necesario
(A propósito del evangelio de este domingo)

En un pueblo de Madrid ha habido gran revuelo porque, según cuentan algunos vecinos, ha ocurrido algo milagroso: La Virgen se aparece cada día y se comunica con una persona. Esto no es una novedad porque la geografía española está llena de supuestas apariciones y hechos milagrosos. Y porque, como ha ocurrido siempre, la curiosidad, la falta de espíritu crítico y la exageración animan a sobrevalorar algunos hechos que, de lo contrario, pasarían inadvertidos. En época de crisis como las que vivimos se comenta con frecuencia el “milagro alemán” producto del trabajo y esfuerzo de los ciudadanos para sacar adelante el país. Y en Japón los periódicos comentan estos días la victoria de su selección contra la de España como el "el milagro de Glasgow". A falta de apariciones celestiales, cualquier acontecimiento puede ser calificado de milagro.

A mí me gustan otros milagros. Por ejemplo, el de los muchos abuelos que, con una escasa pensión, siguen sacando adelante a la familia, incluyendo hijos y nietos. O el de la vecina de mi calle que ha prestado su casa a unos amigos sin trabajo a cambio de nada. O el de Luis que lleva dos años haciendo una paella cada domingo para dar de comer gratuitamente a unas cincuenta personas.

Por eso cuando uno lee en el evangelio que Jesús dio de comer a cinco mil personas con cinco panes de cebada y dos pescados se da cuenta de que el milagro no fue un acto de magia. Jesús logró que el muchachito aquel se desprendiera de lo que tenía y lo pusiera al servicio de todos. El ejemplo cundió y otros, seguramente, fueron haciendo lo mismo. Y poco a poco, el egoísmo de aquellas personas se fue convirtiendo en generosidad. Eso sí que es un milagro.

En la situación que estamos viviendo hoy, el ejemplo generoso de los abuelos que comparten con alegría, el de Juan Manuel, que se atreve a apadrinar a un niño de Guatemala o el de mi vecina que presta su casa, o el de Luis con la paella de cada domingo pueden ser el principio de otro hecho milagroso. Los funcionarios se van a quedar sin paga de Navidad, los pensionistas han empezado a pagar los medicamentos, los padres tendrán que hacerse cargo de los libros de texto. A lo mejor, quién sabe, cunde el ejemplo y los que tienen un sueldo sustancioso se animan a pedir una rebaja en beneficio de los que no tienen ninguno. A lo mejor los del Senado se adelantan a la demanda del pueblo y abandonan definitivamente su puesto que vale para poco y su sueldo que vale para mucho. A lo mejor esto empieza a cambiar y resulta que, compartiendo lo que cada uno tiene, como ocurrió en la narración evangélica, hay pescado y pan para todos, Sería, la verdad, el “milagro español”. Sería más valioso que la victoria del mundial o cualquier aparición celestial. Sería el milagro de la generosidad. El que ahora necesitamos.


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