jueves, 17 de junio de 2010

Carta al viento: CREO EN MANOS UNIDAS

CREO EN MANOS UNIDAS
Querido amigo Paco: Qué fácil me lo pones cuando me pides que escriba algo de Manos Unidas por sus 50 años. Qué fácil me lo pones. Te lo voy a contar. Yo había ido a Bolivia con algunos jóvenes de Tamaraceite. Queríamos apoyar el trabajo de las misioneras que estaban en los poblados de la selva. Un día nos trasladamos a una aldea bastante lejana de donde estábamos. Cogimos el único vehículo que allí había: el coche de S. Fernando, ratos a pie… ratos caminando. Durante unas doce horas, caminamos por aquellas tierras pantanosas, hundiéndonos con el barro hasta las rodillas. Y cuando apareció el primer poblado, el niño que nos acompañaba como guía nos comentó:
-Ese pozo lo hizo Manos Unidas. Y más adelante otro comentario de un campesino con el que nos encontramos:
-Esa escuela la tenemos gracias a Manos Unidas. Y en otros lugares descubríamos que el dispensario médico lo había hecho… Manos Unidas
Cuando regresamos a Gran canaria uno de nosotros comentó con buen humor: Tenemos que decir a nuestros cristianos que hay que aumentar el credo. Que hay que decir Creo en Dios Padre, creo en Jesucristo, creo en el Espíritu santo… y creo en Manos Unidas.
Y ahora te lo digo en serio, Paco: desde entonces creo en Manos Unidas como institución seria, cercana a los pobres, metida en el fango no hasta la rodilla sino hasta el cuello, sólo por ayudar a quien más lo necesita. Y creo en ese trabajo de hormiguita que hacen las voluntarias y voluntarios en cada provincia, por ejemplo aquí, en Las Palmas.
Porque no te he dicho, Paco, que al regreso de Bolivia, el Obispo Ramón Echarren, sin saber nada de mi experiencia de Bolivia ni de mi fe en esta ONG católica, va y me nombra Consiliario Diocesano de Manos Unidas. Y así pude entrar en contacto con el equipo que formaban Conchita, Mensa y otras buenísimas cristianas que luchaban por cubrir proyectos en los lugares más insospechados del mundo: una escuela, una iglesia, un pozo, un centro de salud… Todo para luchar contra el hambre y la miseria en Bolivia, en Guatemala, en Malawi y en tantas aldeas de estos países que ya hubieran muerto si no hubiera sido por ellos.
Recuerdo que, cuando me reunía con ellas, al empezar el trabajo pedían siempre la fuerza de Dios para seguir sembrando bondad. Haciendo paquetes, informando, escribiendo cartas, así llevan 50 años muchas voluntarias en España. Y hay muchas personas colaboradoras que muestran su desconfianza para algunas ONG pero que, cuando se les habla de Manos Unidas, no dudan lo más mínimo de que el dinero llega. Y llega a donde de verdad hace falta para solucionar el hambre, la sed o la enfermedad o el analfabetismo. De eso soy testigo.
Muchos días sigo recordando a aquellas familias que saciaban su sed acudiendo con baldes al pozo hecho por Mano Unidas. Muchos días recuerdo los diálogos con aquellos jóvenes maestros que, viviendo en situaciones muy precarias, agradecían su trabajo a una organización que ya ellos habían canonizado: Santa Manos Unidas. Por eso me ilusiona volver a Bolivia o Guatemala, tal vez el próximo verano, para echar una mano en nombre de esta organización de la Iglesia y abrir un nuevo pozo o construir un nueva escuela. Porque es verdad que si uno cree en Manos Unidas, ya ha dado un paso importante para seguir creyendo en Dios. Si Dios es amor, en Manos Unidas está Dios. Que siga cumpliendo años eternamente.

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